Para animar el contraste de temperaturas que da vida a los cuidados que se procuran dentro del hammam, la energía es esencial. Desde tiempos de Al Ándalus, tanto la energía como el agua han sido elementos sumamente valiosos que había que saber administrar. De ello se ocupaban los Muhtasib; servidores públicos que también velaban por el buen estado de los jardines, importantes centros de reunión, en los que se disfrutaba de temperaturas más frescas durante los meses de calor.
El jardín y el hammam eran lugares de socialización que resultaban fundamentales para la ciudad. Ambos contaban con un sistema de arquitectura e ingeniería civil impulsado por una conmovedora visión de futuro que hoy cobra pleno sentido.
Los edificios que alojaban los baños eran de muros anchos, sin ventanas al exterior, para conservar el calor. Las paredes contaban con una red interior de tuberías de barro por las que circulaba el agua caliente que atemperaba las salas. La escasa luz que había en el interior asomaba tímidamente por las lucernarias o tragaluces en forma de estrella, estas se abrían desde la parte superior de las bóvedas para controlar la temperatura y procurar ventilación.
A los baños se accedía a través del zaguán o del patio que conectaba con el vestuario. En el interior, en la primera sala, se encontraba el frigidarium o la sala fría, seguida del tepidarium o la sala templada y del caldarium o la sala caliente con vapor. La energía para calentar esta última sala se producía en un horno, alimentado desde una pequeña habitación, en la que se localizaba la leñera. La boca del horno se ubicaba debajo del suelo hueco de la sala sobre el cual se vertía agua, que al contacto con la piedra, producía vapor.
Imagen: Fundación El Legado Andalusí
Los jardines, por su parte, eran auténticas metáforas del paraíso. El agua, las flores y la vegetación configuraban refinados espacios dispuestos para el disfrute del frescor que se producía gracias al trazado de los canales, los surtidores, las albercas y las cisternas. En esta suerte de refugios climáticos de la época, el cultivo de la belleza y el cuidado de los recursos alimentó una visión de futuro que el hammam contemporáneo recupera.
En donde antes había leñeras, hoy hay conductos de geotermia que recogen el calor de la tierra para producir la energía necesaria para hacer funcionar al hammam. El uso de esta energía nos relaciona de manera respetuosa con el medio ambiente y con todas las formas de vida que en él habitan, lo que nos permite preservar la tradición del baño para las generaciones futuras, porque, como dice el poeta de los jardines, Ibn Jafaya:
¡Oh habitantes de Al Ándalus, qué felicidad la vuestra al tener
sombras, ríos y árboles! El jardín de la felicidad eterna no está
fuera, sino en vuestro territorio; si pudiera elegir es este lugar el
que escogería. No creáis que mañana entraréis en el infierno; ¡no
se entra en el infierno después de haber estado en el paraíso!
Antonio Rivadeneyra Sicilia